Nadie supo decirme qué hacía allí, ni quién la puso; tampoco conocían a los que abrían la hucha que hay debajo del azulejo, ni cuándo se puso.
Sabían que siempre estaba limpia y que de vez en cuando pintaban el marco y la visera, normalmente en primavera.
Un comerciante supo decirme que se llamaba Die spanische Jungfrau María (algo así como la virgen María de España) y que entre los habitantes de aquel barrio de Viena (en pleno centro, al lado del palacio de invierno de los Hagsburgo, el Hoffburg), era conocida y querida como una vecina más.
Mi mujer, cuya devoción mariana está en el arrabal, y yo, que la divido entre San Julián y la Plaza de los Carros, nos descubrimos rezando un Ave María, hicimos esta foto, y salimos sin hablar de aquel callejón centroeuropeo.
Hasta aquel día, nunca me había emocionado con la Esperanza, y fue ella la que vino a buscarme.
Y no fue en la calle Feria,no. Me la encontré en Viena.
3 comentarios:
Emocionante, sí. A mí, también lejos de Sevilla, me han pasado cosas parecidas. Y viva Mozart.
Bienvenido a este rincón de Sevilla Carlos.
Una vez me dijo un amigo que los mejores sevillanos eran los de adopción. ¿Por qué?, le pregunté. Pués porque nosotros nacimos aquí sin que nadie nos preguntara, me dijo; ellos sin embargo, aun siendo de otro sitio, eligieron voluntariamente ser de aquí.
Un saludo.
Yo ví una a los pies de San Antonio en Padua, pero, raro en mi, no llevaba la cámara en ese momento, posiblemente porque no nos dejaban hacer fotos y no lo pude conservar.
He ahí la grandeza de la Macarena.
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